Palabras del Alma

EL SONIDO DEL SILENCIO

Cuando medites, no intentes acallar los sonidos o deshacerte de ellos, pero tampoco los ignores. Mantente justo en medio de ellos; sé la consciencia receptiva e incondicional en la que todos los sonidos –ya sean agradables, desagradables o neutros– pueden ir y venir. Estate abierto a todos ellos: a los sonidos cercanos, a los lejanos, a los fuertes y a los suaves. Deja que lleguen, que se queden todo el tiempo que necesiten y que se vayan cuando estén listos.

Observa cómo los sonidos brotan por sí mismos, permanecen y se disuelven a su debido tiempo, a su propio ritmo. Obedecen tan solo a su propia naturaleza, siendo perfectamente ellos mismos, recorriendo su propia senda, al igual que todo lo demás. Si algún sonido concreto te distrae, te estorba o te molesta, ¡maravilloso! Simplemente sé consciente de esa molestia, irritación, frustración o decepción y permite que todo esté ahí. Date cuenta de que no es el sonido en sí lo que está produciendo la «molestia», sino la resistencia de la mente hacia ese sonido, su insistencia en que no debería estar ahí. ¿No es esta resistencia más ruidosa que el sonido mismo? ¿Qué clase de silencio trataría de silenciar un sonido? ¿Quién está distrayendo a quién? Verás, el verdadero silencio no es lo opuesto al ruido –esa es tan solo la versión del silencio de la mente, con su obsesión por los opuestos, los contrastes y las dualidades–.

El verdadero silencio permite que todos los sonidos vengan y vayan; es la consciencia espaciosa en la que incluso la charla incesante de la mente tiene su hogar. Este amoroso silencio que lo incluye absolutamente todo es lo que tú eres: el silencio natural del Corazón. No trates de acallar los pensamientos o los sentimientos. No perturbes su preciosa paz, no te interpongas en su camino ni hagas que se sientan inseguros al moverse libremente.

Tan solo conócete a ti mismo como la profunda quietud meditativa en la que se permite ir y venir a todo pensamiento y a todo sentimiento, la aceptación incondicional de la experiencia presente.

-Jeff Foster «La Senda del Reposo»

Me detuve a observar, dejando caer todos los pensamientos, preocupaciones, sólo contemplé, una contemplación vacía, sin nombres, sin definir, como mirando por primera vez, simplemente contemplé y me fuí deteniendo.

Me quedé allí, apoyándome en la respiración y lentamente me aquietaba cada vez más, hasta no percibir la respiración, ni el tiempo, ni el cuerpo, era aquel instante, con todo lo que se encontraba, era un todo y nada.

Fué un momento, un instante, que quedó impregnado en mí, no era del todo un recuerdo, sino una vibración, algo que llevaba mi mente a otro lugar, a otro espacio, lo podía tal vez describir pero no volver a alcanzar.

Me detuve a contemplar, desde mi cuerpo y hacia afuera, desde afuera y hacia adentro, hasta no haber separación, no había afuera, tampoco dentro, sólo una totalidad que bastó para reconocernos.

No estoy sólo, nunca lo estuve, no soy el cuerpo, no soy la mente, soy este instante, esa mirada detrás de mi mente, eterna y sabia.